Usualmente la aceptación y resignación suelen ser conceptos que indiferentemente usamos en nuestra cotidianidad. Sin embargo, cuando detenidamente nos centramos en identificar sus significados podemos encontrar varios elementos que nos ayudan a tener más claridad para afianzar nuestro caminar en Dios. Iniciemos por las definiciones.
¿Qué es la resignación?
La resignación es en esencia una actitud con tintes de derrota y algo de tristeza. Nos lleva a tomar una posición pasiva al rehusarnos a tomar acciones que nos lleven a intentar hacer del momento, una situación diferente.
Nos puede conducir hacia la mediocridad y una especie de falsa aceptación, pues al vernos enfrentados a la frustración o impotencia, optamos por asimilar una realidad tal y como se nos presenta, sin siquiera poner nuestra parte para influir en ella y tomar gobierno.
¿Qué es la aceptación?
La aceptación, por otro lado, es una actitud de apertura y aceptación de la situación en la que nos encontramos. La aceptación no significa que nos rindamos, sino que reconocemos la realidad de la situación y decidimos hacer lo que esté en nuestro poder para cambiarla.
La aceptación implica confiar en Dios y en su plan para nuestra vida, incluso si no entendemos por qué suceden las cosas. Consiste en tomar el gobierno que se nos ha entregado como hijos de Dios para creer, que aunque los resultados no son los esperados, nuestro Dios es poderoso para hacer que de esto salga algo que nos beneficie.
Optamos por tomar una actitud de resiliencia, persistencia y determinación. Creemos en este momento que la situación no va a determinar lo que somos, es decir, que es nuestra identidad la que va a reflejar de lo que realmente somos capaces para salir adelante, a pesar de lo que la situación haya traído. La aceptación es la oportunidad de ver, aprender y resignificar para expandirse a lo que Dios quiere hacer contigo o a lo que Él te quiere entregar.
También, la aceptación es un elemento clave para atravesar una etapa de duelo, lo que afianza su importancia de interiorizar el concepto para elaborar una pérdida correctamente, por ejemplo.
Ejemplos bíblicos de aceptación
En la Palabra vemos varios ejemplos de personas que aceptaron su situación y confiaron en Dios, en lugar de rendirse a la resignación. Uno de ellos y de los más notables es el de Job.
Job perdió todo lo que tenía, incluyendo su familia, su hogar y su riqueza. Con todo y ello, Job se mantuvo fiel a Dios y confió en él. Al final, Dios restauró la vida de Job y le bendijo multiplicado.
Otro ejemplo es el de Pablo. Enfrentó numerosas pruebas y dificultades en su ministerio. A pesar de todo, Pablo mantuvo su fe en Dios y continuó predicando el Evangelio.
En su carta a los Filipenses, Pablo escribió: «No que lo haya obtenido ya, ni que ya esté perfeccionado; sino que sigo corriendo, por si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por CRISTO.» (BTX4 – Fil 3:12).
Ejemplos bíblicos de resignación
En contraste con la aceptación, la resignación se presenta en la Biblia como una actitud que puede llevar a consecuencias negativas. Un ejemplo de resignación lo encontramos en el libro de Números.
Los israelitas después de haber sido espiados en la tierra prometida, se rindieron a la resignación y se negaron a confiar en Dios. A pesar de que Dios les había prometido la tierra, los israelitas perdieron la oportunidad de entrar en ella debido a su actitud de resignación y falta de fe.
Otro ejemplo de resignación lo vemos en el libro de Jonás. El profeta intentó huir de la voluntad de Dios y se rindió a la resignación al ser arrojado al mar y engullido por un gran pez. Solo después de arrepentirse y aceptar la voluntad de Dios, Jonás pudo cumplir su misión y llevar el mensaje de Dios a la ciudad de Nínive.
¿Cómo aplicar la aceptación y desechar la resignación?
En términos prácticos, en nuestra cotidianidad fácilmente nos vamos a tomar con esta disyuntiva entre la aceptación y resignación. Debemos apropiarnos de la realidad de que en Él somos más que victoriosos; además de una enorme cantidad de beneficios que encontramos al ser llamados hijos de Dios: apartados, redimidos, bendecidos, aceptados, perdonados…
Con esta posición y fundamento de nuestra identidad bien consolidado en nosotros, podemos creer que Dios usa todo para nuestro bien, y que la dificultad actual no es otra cosa que un elemento para formar nuestro carácter.
No queremos decir con esto que debemos permanecer siempre alegres. Validamos lo que sentimos pero con una actitud de victoria, no de derrota. Aceptamos que hay una situación complicada, pero no nos rendimos ante ella. Usamos la situación que trae desasosiego no como un estado de parálisis y confusión, sino que la usamos para expandirnos, crecer y transformarnos.
Podemos estar tristes y frustrados, claro que sí. Solo que ahora contamos con un pensamiento renovado que no nos permite cavar un hueco y enterrarnos en este estado, sino que tenemos la mirada puesta en Aquel que ya obtuvo la victoria sobre todas las cosas, y que como herederos, tenemos el derecho de tomar esta realidad para nuestras vidas.